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Diario de follamigos VI (Expiar los pecados)
Diario de follamigos VI (Expiar los pecados) Ni recuerdo cuanto tiempo pasó en volvernos a ver desnudos. Alguna que otra vez quedábamos para tomar un café o lo que se terciara pero poco más. Hablábamos de nuestras cosas, problemas y soluciones y después cada uno a su casa. Ella aún vive con su padre aunque por motivos personales siempre va arriba y abajo a la capital de la comunidad. Por mi parte, la vida se había vuelto rutinaria. A excepción de alguna que otra escapada, ésta se basaba en trabajo casa y viceversa. Alguna vez me desahogaba visitando ciertos blogs e intentaba evadirme de la rutina tan bien como podía. Nos cruzábamos algunos mensajes y ya está. Reconozco que llegué a pensar que la situación actual se había acabado. El llamado efecto gaseosa y, que, la negativa de aquel día me había restado puntos. Por eso, en una de nuestras conversaciones telefónicas le dije que pasara a visitarme si algún día estuviera de nuevo por Castellón. Reconozco que me sorprendió cuando me dijo que ese mismo fin de semana bajaba de visita. Más sorprendido aún que también viniera a verme a casa. Quizás notó como me brillaron los ojos cuando la vi pasar por la puerta. O bien también sintió la erección cuando los dos besos que nos dimos se transformó en uno suave y profundo mientras entreabriendo la boca su lengua buscaba la mía. Que sus ojos brillaran cuando me disculpé por no haber podido quedar la última vez mientras se sentaba en el sofá e insinuaba que me perdonaría con una condición. Casi había olvidado la textura de esos pezones erectos. La saliva conseguía que relucieran y, sus senos, apretados por el sujetador mal quitado se apretaban más aún hacia el cielo. Por poco se me olvida también ese cuello estirado que ayudaba a regurgitar sus gemidos, y, esa convulsión cuando mis labios lo succionaban. Pero su mano, en mi pelo, me guio hacia lo que realmente deseaba. Y allí estaba yo, de rodillas, expiando mi pecado. Mi no de antaño. Con la cabeza dentro de su falda, mi rostro en su pubis y mi lengua en su vulva. Allí adentro todo se multiplicaba, su olor, su sabor. Hasta sus gemidos parecían más estruendosos. Sentía como se encharcaba en mi boca, como, aun en la oscuridad de la falda, su clítoris resplandeciera. El par de espasmos de sus caderas me libraron del pecado. |
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10/12/2017 2:37 am |
Máxima: Cuesta decir no. Pero muchas veces vale la pena. Amén.
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